lunes

NIEBLA AL ALBA

 







“En el umbral del alba, la niebla sueña el mundo antes de entregarlo a la luz.”


Me despierto aún aletargada,
arrastrando el narcótico del sueño,
en ese instante incierto
donde la noche aún respira en el alba.

La ventana me entrega un secreto:
una tierra dibujada en dos colores,
azul y malva,
que se entrelazan como susurros antiguos.

La niebla habla,
me envuelve con su manto pertinaz,
me invita a permanecer en su reino,
donde las montañas no son montañas,
los prados parecen espejismos,
y los valles se esconden en sombras líquidas.

Todo palpita en un vaivén irreal,
un latido entre lo soñado y lo cierto.

Yo escucho,
y por un momento dudo si el día vendrá.

Entonces el sol,
con la paciencia de un dios luminoso,
desgarra el velo
y devuelve los colores al mundo.

Pero en mis ojos aún queda
la huella de la niebla,
su voz secreta,
como un eco que no quiere morir.

viernes

SOY ECO DE LO EFÍMERO

 






“Me reconozco en lo que se despide, y aun así permanezco.”

Se despide un estío más,
lánguidamente se aleja,
sin lamentos,
como una caricia tenue,
sutil e inmortal,
dulce y amarga,
en esa nostalgia
viva y afable,
letal e incierta.

Lo siento en mi piel,
como un velo que
no puedo retener.
El calor se va,                                                                                                                                                 no la memoria,
de lo que ardió conmigo.

Las horas se enfrían,
las sombras se alargan
como manos que buscan
lo que no está.
Y sin embargo,
en esa partida callada,
queda una promesa,
una grieta de luz
entre tanta penumbra.

No es el fin lo que llega,
sino otra forma de vacío:
un silencio distinto,
un rumor más grave
que late en mi pecho,
recordándome
que todavía respiro,
aunque la estación muera.

Me quedo así,
entre ruinas y semillas,
sabiendo que lo bello
se va siempre,
aunque  regresa
bajo otro nombre,
en otro tiempo,
cuando ya no lo espero.

Se aleja un estío más,
y yo le doy la espalda
sin lágrimas,
sin flores,
solo con mi alma abierta
a lo que vendrá.


Hijas de Lilith










En el principio,
cuando el barro aún guardaba el aliento,
Dios creó al hombre y a la mujer
de la misma arcilla,
en el mismo día,
con la misma sustancia.

El varón se llamó Adán.
La mujer se llamó Lilith.

Ella era risa y llama,
viento que no se inclina,
pregunta que no calla.
Miraba de frente
y no aceptaba cadenas.

Cuando Adán quiso doblegarla,
ella respondió con la verdad primera:
“No soy tu sierva.
Fuimos creados juntos,
somos iguales.”

Y eligió la libertad.
Se marchó desnuda,
sin culpa —el pecado aún no existía—,
dejando tras de sí
un aroma de hierbas y musgo,
el eco de un NO que era semilla.

Entonces, el Creador,
cansado de lamentos,
arrancó del costado de Adán
una costilla obediente
y de ella formó a Eva:
sombra sumisa,
ayuda callada,
carne nacida de la carne,
para decir “sí”
donde Lilith había dicho “no”.

Así comenzó la historia:
con la expulsión de la primera mujer libre
y la invención de la mujer sierva.

Pero nosotras, hijas de Lilith,
guardamos su risa burlona,
su dignidad indomable,
su partida sin vergüenza.

Si nos llaman pecado,
respondemos origen.
Si nos llaman rebeldía,
respondemos dignidad.
Si nos llaman rameras,
respondemos raíz.

Porque no somos costillas:
somos arcilla sagrada,
barro primero,
memoria intacta.

Nosotras somos la voz de Lilith,
y nunca más seremos silenciadas.


Imagen de Etsy.com

Acotación bíblica:
Inspirado en el Génesis (cap. 1, v. 27-28; cap. 2, v. 18 y 23) y en la tradición hebrea que reconoce a Lilith como la primera mujer de Adán.


 

martes

DESDE MI VENTANA ARDE EL BARRRANCO

 









Tras el incendio,
las heridas mortales de los montes
laceran desde mi ventana.
El humo aún cuelga de los árboles calcinados,
como un suspiro detenido.

Siento los lamentos de almas inmoladas por manos cobardes,
por la desidia,
por el olvido
de que todo lo vivo también reza.
Las dríades huyen de los bosques que las dieron cobijo:
la cierva blanca,
el duende de las raíces,
la vieja encina que hablaba con el viento.
Se alejan,
llenas de ceniza en la mirada,
con su dignidad intacta,
y su dolor intacto.

La muerte planea por el valle,
se posa en las zarzas,
acaricia las piedras calcinadas,
y el vuelo truncado de las aves.

El Barranco llora,
sus aguas ennegrecidas claman justicia.

No hay castigo que repare
la fractura del mundo,
ni sentencia que devuelva
el canto al ruiseñor, la guarida a la ardilla,
el perfume al tomillo.

Pero aún así,
desde esta ventana que arde en impotencia,
mi alma grita:

¡Vida para lo irreparable!
¡Que brote lo verde desde la herida,
que renazca la esperanza,
en el hueco del espanto,
que vuelva la lluvia a lavar el crimen!

Y que no olvidemos nunca
quiénes fuimos,
ni lo que le debemos a cada rama consumida
por nuestra ceguera.


domingo

En esta ingravidez que me rodea










En esta ingravidez que me rodea,
donde flotan los recuerdos como cenizas sin hogar,
donde habitan las ausencias con voz de eco antiguo,
y las rosas que nunca recibí
marchitan su perfume en un jarrón vacío.
Aquí viven las caricias huecas
que rozaron el aire pero no la piel,
y manos que transitaron de largo,
como trenes de paso en mi estación.
Los adioses que nadie pronunció
reposan junto a los sueños                                                                                                          que se deshicieron en la almohada,
junto a fantasías dormidas
que no despertaron de su letargo.
Aquí laten los verbos que no se conjugaron,
los besos que fueron expiados antes de nacer,
los halagos indultados por miedo a su verdad.
Es el lugar del estar y el partir,
del hola sin promesa y del adiós sin lágrimas,
del alba que no canta
y del ocaso que no termina de caer.
Es el territorio quebrado
entre la pérdida y el encuentro,
un filo de mundo donde todo es casi,
pero nunca suficiente.
Y en medio,
la burbuja de la nada absoluta,
donde respiro sin saber si sigo viva,
donde el tiempo no me nombra,
y el corazón late por inercia,
no por deseo.
Aquí estoy,
en la frontera sin mapa
de lo que fue y lo que no será.
Y no sé si floto o me hundo.
No sé si espero,
o si ya he dejado de hacerlo.
Solo sé que esta ingravidez pesa,
que esta nada abruma,
y que a veces —solo a veces—
quisiera que alguien dijera mi nombre
antes de que se diluya del todo.



miércoles

TORO BRAVO (Monologo de una muerte anunciada)







Nací en la dehesa.
El aire era limpio. El cielo, ancho.
Las encinas dibujaban su sombra en la tierra roja,
y el sol, cada mañana, se posaba en mi lomo como un viejo amigo.

Dicen que mi estirpe es legendaria.
Que uno de mis antepasados mató a Manolete.
¡Qué orgullo para los hombres!
Yo no lo conocí.
Tampoco a mi padre.
Dicen que se lo llevaron un día y nunca volvió.

De mi madre recuerdo su aliento caliente,
su lengua suave limpiando mi frente recién nacida,
la paciencia con que me amamantaba,
y cómo me miraba, como si supiera…
como si supiera lo que me esperaba.

En la dehesa crecí feliz.
Jugaba con mis hermanos a empujones y carreras,
sin odio, sin herida, solo fuerza y juventud.
Medíamos nuestras astas como hacen los que se respetan.

El sol bruñía mi piel negra como la noche,
y la luna, en su ternura, plateaba mis cuernos.
Yo era libre.
Yo era toro.
Yo era bravo.

Hasta que un día…
me aislaron.
Me marcaron con hierro al rojo,
una quemadura que no olvido.
Me clavaron una vara en la cruz.
Me empujaron a un oscuro cajón.

No entiendo.
¿A dónde me llevan?
¿Por qué ya no veo el cielo?
¿Por qué huele todo a miedo y metal?

Mi bravura se tambalea.
Mi corazón late a golpes.
¡Tengo miedo!

Me sacan a un patio,
me clavan picas.
Desde arriba me observan,
como dioses crueles que se ríen
de mi dolor.

Les hablo con la mirada.
Les pido piedad.
Solo soy un toro.
Solo quiero volver a mi encina.
Pero ellos… se dan codazos y ríen.
¡Ríen!

Me empujan por otro túnel.
Hay gritos.
¡Tantas voces!
Tantas trompetas…
Y un sol que me ciega.

La arena me quema las pezuñas.
La plaza es un círculo cerrado,
como una trampa sin fin.

Una capa roja se agita.
Por puro miedo… embisto.
No sé qué hago.
Solo me quiero ir.
Pero gritan.
Gritan más fuerte.
Como si eso fuera bueno.

Me llaman de lejos.
No veo bien.
Estoy ciego de miedo.

Alguien se acerca.
Le embisto.
Es lo que esperan, ¿no?

Y entonces, el dolor.
Un dolor que me parte en dos.
Que me muerde desde la espalda hasta las entrañas.
Mi lomo sangra.
Me tambaleo.
Intento sacudirme eso que me desgarra.

¡No puedo!
¡Cuanto más lo intento, más me duele!
¡Tengo miedo!

Se acerca un caballo.
Compañero de la dehesa.
Amigo.
Me acerco confiado…
Y me traiciona.

Me clavan una lanza.
Una pica larga que entra y gira.
Me rompe.
Me hace gritar por dentro.
¿Por qué tú, hermano?

Suenan las trompetas.
Los hombres aúllan.
Mi sangre tiñe la arena.
Quiero tumbarme.
Quiero dormir.
Quiero desaparecer.

Y aún así… aún así embisto.
Porque soy toro.
Porque soy bravo.
Porque nací sin pedir esto.
Porque yo no he hecho nada malo.
Solo existir.

Gritan:
¡Muerte al toro!
¡Muerte de una estocada!

Y yo les miro,
y pienso en mi madre,
en el cielo azul de la dehesa,
en la brisa que traía el olor de la encina…
y me pregunto:


Y ahora dime tú, humano que lees,
si tuvieras que elegir:
¿desaparecer tú y los tuyos…
o ver a tus hijos morir, torturados,
desangrados,
mientras el mundo aplaude y grita por su muerte?

¿Qué elegirías?


HOJAS DE LUNA (Poema narrativo, estilo gótico)

 Dicen que en la colina del norte,
donde los sauces lloran sin cesar,
cada luna llena siembra sus hojas
en la hierba como un ritual ancestral.

Yo fui una vez, movido por susurros,
leyendas que hablaban de un amor maldito,
de una doncella de cabellos de niebla
y un corazón roto por el infinito.

Cruzando el bosque con paso tembloroso,
llegué al claro donde el viento calla.
Allí, la luna, pálida y solemne,
lloraba sus hojas sobre la hojarasca.

No eran hojas comunes, sino plata dormida,
frías al tacto, vivas al mirar.
Cada una parecía latir con un secreto,
cada una contaba un fragmento de pesar.

Y entonces la vi:
sentada entre sombras y ramas desnudas,
una figura vestida de invierno,
los ojos perdidos, la piel sin ternura.

“¿Eres tú la doncella de la historia?”,
le pregunté sin voz, con el alma en vilo.
Ella alzó la mirada —vacía y eterna—
y el tiempo tembló como un hilo.

“Fui amada… y traicionada”, susurró,
“mi alma está ligada a esta tierra baldía.
Por cada mentira que él pronunció,
una hoja de luna nace todavía.”

Contó su historia bajo la luz enferma:
un juramento roto, un beso de hielo,
un amante que partió en silencio
dejándola atada al duelo del cielo.

Y así, cada mes, bajo el mismo astro,
cuando el mundo duerme y el aire gime,
la luna sangra su pena blanca
y sufre con ella, y su pena imprime.

Yo intenté tocarla…
pero mis dedos cruzaron la niebla.
No era carne, era bruma, era eco,
era la memoria que el olvido conserva.

Volví de la colina con la mirada gris,
y en mis bolsillos traje dos hojas caídas.
Desde entonces, escucho su lamento
cada vez que la luna viste su herida.

Y cuando muera, pedid que me entierren
bajo aquel cielo, entre sauces y runas,
donde el amor perdido aún florece
en el temblor sagrado de las hojas de luna.

 

martes

LIBRE COMO UN AVE

Ser libre como un ave.

¿Es el ave libre?

Ha de construir su nido,

indagar el fugaz instante

de un efímero amor.

Incubar a sus crías,

despertar cada madrugada

rastrear alimento

ver como su prole

abandona el nido.

Nueva búsqueda

del infame amor frágil.

Una ergástula sin barrotes


 

domingo

ENTRE TU Y YO










Quisiera descorrer

el muro textil

que nos separa.

Engarzar con mis

labios los contornos

de tu piel.

Respirar el olor de tu deseo;

cabalgar tu sexo

hasta el deleite más excelso

para luego retornar

al frio entre tu yo

y mi yo convexos.

miércoles

PLAYA DESHABITADA

 Ya no estás.

Tu figura se difumina

en la distancia

te marchaste con el sol

del crepúsculo

tus huellas permanecen

en la húmeda arena

de la desolada playa

y las estelas de ellas

revoloteando

entre tus piernas.

Y yo permanezco sola

descalza en la orilla

el frío escarcha mis lágrimas

y un estremecimiento me recorre.

Estoy sola.

Viviré sola.

Sola lloraré.

Sola, en la distancia.

Ni un grito sale de mi garganta

ni una palabra.

La devastación, el golpe, el embate,

el latido, el rugido,

el aullido, el alarido, el lamento

el gemido sordo, la aflicción

ha sido mortal.

Aquí agonizo, aquí retoñaré.