“En
el umbral del alba, la niebla sueña el mundo antes de entregarlo a la luz.”
Me despierto aún aletargada,
arrastrando el narcótico del sueño,
en ese instante incierto
donde la noche aún respira en el alba.
La ventana me entrega un secreto:
una tierra dibujada en dos colores,
azul y malva,
que se entrelazan como susurros antiguos.
La niebla habla,
me envuelve con su manto pertinaz,
me invita a permanecer en su reino,
donde las montañas no son montañas,
los prados parecen espejismos,
y los valles se esconden en sombras líquidas.
Todo palpita en un vaivén irreal,
un latido entre lo soñado y lo cierto.
Yo escucho,
y por un momento dudo si el día vendrá.
Entonces el sol,
con la paciencia de un dios luminoso,
desgarra el velo
y devuelve los colores al mundo.
Pero en mis ojos aún queda
la huella de la niebla,
su voz secreta,
como un eco que no quiere morir.
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