martes

DESDE MI VENTANA ARDE EL BARRRANCO

 









Tras el incendio,
las heridas mortales de los montes
laceran desde mi ventana.
El humo aún cuelga de los árboles calcinados,
como un suspiro detenido.

Siento los lamentos de almas inmoladas por manos cobardes,
por la desidia,
por el olvido
de que todo lo vivo también reza.
Las dríades huyen de los bosques que las dieron cobijo:
la cierva blanca,
el duende de las raíces,
la vieja encina que hablaba con el viento.
Se alejan,
llenas de ceniza en la mirada,
con su dignidad intacta,
y su dolor intacto.

La muerte planea por el valle,
se posa en las zarzas,
acaricia las piedras calcinadas,
y el vuelo truncado de las aves.

El Barranco llora,
sus aguas ennegrecidas claman justicia.

No hay castigo que repare
la fractura del mundo,
ni sentencia que devuelva
el canto al ruiseñor, la guarida a la ardilla,
el perfume al tomillo.

Pero aún así,
desde esta ventana que arde en impotencia,
mi alma grita:

¡Vida para lo irreparable!
¡Que brote lo verde desde la herida,
que renazca la esperanza,
en el hueco del espanto,
que vuelva la lluvia a lavar el crimen!

Y que no olvidemos nunca
quiénes fuimos,
ni lo que le debemos a cada rama consumida
por nuestra ceguera.


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