miércoles

HOJAS DE LUNA (Poema narrativo, estilo gótico)

 Dicen que en la colina del norte,
donde los sauces lloran sin cesar,
cada luna llena siembra sus hojas
en la hierba como un ritual ancestral.

Yo fui una vez, movido por susurros,
leyendas que hablaban de un amor maldito,
de una doncella de cabellos de niebla
y un corazón roto por el infinito.

Cruzando el bosque con paso tembloroso,
llegué al claro donde el viento calla.
Allí, la luna, pálida y solemne,
lloraba sus hojas sobre la hojarasca.

No eran hojas comunes, sino plata dormida,
frías al tacto, vivas al mirar.
Cada una parecía latir con un secreto,
cada una contaba un fragmento de pesar.

Y entonces la vi:
sentada entre sombras y ramas desnudas,
una figura vestida de invierno,
los ojos perdidos, la piel sin ternura.

“¿Eres tú la doncella de la historia?”,
le pregunté sin voz, con el alma en vilo.
Ella alzó la mirada —vacía y eterna—
y el tiempo tembló como un hilo.

“Fui amada… y traicionada”, susurró,
“mi alma está ligada a esta tierra baldía.
Por cada mentira que él pronunció,
una hoja de luna nace todavía.”

Contó su historia bajo la luz enferma:
un juramento roto, un beso de hielo,
un amante que partió en silencio
dejándola atada al duelo del cielo.

Y así, cada mes, bajo el mismo astro,
cuando el mundo duerme y el aire gime,
la luna sangra su pena blanca
y sufre con ella, y su pena imprime.

Yo intenté tocarla…
pero mis dedos cruzaron la niebla.
No era carne, era bruma, era eco,
era la memoria que el olvido conserva.

Volví de la colina con la mirada gris,
y en mis bolsillos traje dos hojas caídas.
Desde entonces, escucho su lamento
cada vez que la luna viste su herida.

Y cuando muera, pedid que me entierren
bajo aquel cielo, entre sauces y runas,
donde el amor perdido aún florece
en el temblor sagrado de las hojas de luna.

 

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