Nací en la
dehesa.
El aire era limpio. El cielo, ancho.
Las encinas dibujaban su sombra en la tierra roja,
y el sol, cada mañana, se posaba en mi lomo como un viejo amigo.
Dicen que mi
estirpe es legendaria.
Que uno de mis antepasados mató a Manolete.
¡Qué orgullo para los hombres!
Yo no lo conocí.
Tampoco a mi padre.
Dicen que se lo llevaron un día y nunca volvió.
De mi madre
recuerdo su aliento caliente,
su lengua suave limpiando mi frente recién nacida,
la paciencia con que me amamantaba,
y cómo me miraba, como si supiera…
como si supiera lo que me esperaba.
En la dehesa
crecí feliz.
Jugaba con mis hermanos a empujones y carreras,
sin odio, sin herida, solo fuerza y juventud.
Medíamos nuestras astas como hacen los que se respetan.
El sol
bruñía mi piel negra como la noche,
y la luna, en su ternura, plateaba mis cuernos.
Yo era libre.
Yo era toro.
Yo era bravo.
Hasta que un
día…
me aislaron.
Me marcaron con hierro al rojo,
una quemadura que no olvido.
Me clavaron una vara en la cruz.
Me empujaron a un oscuro cajón.
No entiendo.
¿A dónde me llevan?
¿Por qué ya no veo el cielo?
¿Por qué huele todo a miedo y metal?
Mi bravura
se tambalea.
Mi corazón late a golpes.
¡Tengo miedo!
Me sacan a
un patio,
me clavan picas.
Desde arriba me observan,
como dioses crueles que se ríen
de mi dolor.
Les hablo
con la mirada.
Les pido piedad.
Solo soy un toro.
Solo quiero volver a mi encina.
Pero ellos… se dan codazos y ríen.
¡Ríen!
Me empujan
por otro túnel.
Hay gritos.
¡Tantas voces!
Tantas trompetas…
Y un sol que me ciega.
La arena me
quema las pezuñas.
La plaza es un círculo cerrado,
como una trampa sin fin.
Una capa
roja se agita.
Por puro miedo… embisto.
No sé qué hago.
Solo me quiero ir.
Pero gritan.
Gritan más fuerte.
Como si eso fuera bueno.
Me llaman de
lejos.
No veo bien.
Estoy ciego de miedo.
Alguien se
acerca.
Le embisto.
Es lo que esperan, ¿no?
Y entonces,
el dolor.
Un dolor que me parte en dos.
Que me muerde desde la espalda hasta las entrañas.
Mi lomo sangra.
Me tambaleo.
Intento sacudirme eso que me desgarra.
¡No puedo!
¡Cuanto más lo intento, más me duele!
¡Tengo miedo!
Se acerca un
caballo.
Compañero de la dehesa.
Amigo.
Me acerco confiado…
Y me traiciona.
Me clavan
una lanza.
Una pica larga que entra y gira.
Me rompe.
Me hace gritar por dentro.
¿Por qué tú, hermano?
Suenan las
trompetas.
Los hombres aúllan.
Mi sangre tiñe la arena.
Quiero tumbarme.
Quiero dormir.
Quiero desaparecer.
Y aún así…
aún así embisto.
Porque soy toro.
Porque soy bravo.
Porque nací sin pedir esto.
Porque yo no he hecho nada malo.
Solo existir.
Gritan:
¡Muerte al toro!
¡Muerte de una estocada!
Y yo les
miro,
y pienso en mi madre,
en el cielo azul de la dehesa,
en la brisa que traía el olor de la encina…
y me pregunto:
Y ahora dime tú, humano que lees,
si tuvieras que elegir:
¿desaparecer tú y los tuyos…
o ver a tus hijos morir, torturados,
desangrados,
mientras el mundo aplaude y grita por su muerte?
¿Qué
elegirías?
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