domingo

EL MONSTRUO DEL VOLCÁN

 

Y el monstruo despertó.
En su alta morada entre las nubes,
donde dormía sueños de piedra
desde eones sin nombre,
le llegó el clamor tembloroso
de animales y plantas:
pedían justicia,
un poco de paz,
un resquicio de alegría,
en un mundo saqueado
por una sola especie.

Entonces, desde el fondo oscuro
de su caverna ardiente,
la ira se fue gestando,
lenta, inevitable,
como quien recuerda que un día amó.

Y bajó por la ladera,
arrasando con su furia contenida,
vomitando siglos de dolor,
de heridas no cerradas.
El fuego, su propio llanto,
corrió por valles y lomas
hasta besar el océano,
donde se hizo sustancia turbia,
invocación espesa
de todo el quebranto humano.

Allí quedó la especie,
pequeña, desnuda,
frente a la orilla del desastre,
midiendo su mezquindad
con las manos vacías.

El monstruo contempló su obra
y sintió el vértigo de la culpa.
Quiso alzar plegarias,
pero sólo llenó los cielos
de un gris irrespirable,
un humo de tristeza
que ahogaba a todas las criaturas.

No supo regresar a su guarida.
Quedó varado entre rocas,
desangrando su esencia,
inundado de dolor y arrepentimiento,
como un dios cansado
que quiso salvar el mundo
y acabó incendiándolo.

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