En esta
ingravidez que me rodea,
donde flotan los recuerdos como cenizas sin hogar,
donde habitan las ausencias con voz de eco antiguo,
y las rosas que nunca recibí
marchitan su perfume en un jarrón vacío.
Aquí viven las caricias huecas
que rozaron el aire pero no la piel,
y manos que transitaron de largo,
como trenes de paso en mi estación.
Los adioses que nadie pronunció
reposan junto a los sueños que se deshicieron en la almohada,
junto a fantasías dormidas
que no despertaron de su letargo.
Aquí laten los verbos que no se conjugaron,
los besos que fueron expiados antes de nacer,
los halagos indultados por miedo a su verdad.
Es el lugar del estar y el partir,
del hola sin promesa y del adiós sin lágrimas,
del alba que no canta
y del ocaso que no termina de caer.
Es el territorio quebrado
entre la pérdida y el encuentro,
un filo de mundo donde todo es casi,
pero nunca suficiente.
Y en medio,
la burbuja de la nada absoluta,
donde respiro sin saber si sigo viva,
donde el tiempo no me nombra,
y el corazón late por inercia,
no por deseo.
Aquí estoy,
en la frontera sin mapa
de lo que fue y lo que no será.
Y no sé si floto o me hundo.
No sé si espero,
o si ya he dejado de hacerlo.
Solo sé que esta ingravidez pesa,
que esta nada abruma,
y que a veces —solo a veces—
quisiera que alguien dijera mi nombre
antes de que se diluya del todo.
donde flotan los recuerdos como cenizas sin hogar,
donde habitan las ausencias con voz de eco antiguo,
y las rosas que nunca recibí
marchitan su perfume en un jarrón vacío.
Aquí viven las caricias huecas
que rozaron el aire pero no la piel,
y manos que transitaron de largo,
como trenes de paso en mi estación.
Los adioses que nadie pronunció
reposan junto a los sueños que se deshicieron en la almohada,
junto a fantasías dormidas
que no despertaron de su letargo.
Aquí laten los verbos que no se conjugaron,
los besos que fueron expiados antes de nacer,
los halagos indultados por miedo a su verdad.
Es el lugar del estar y el partir,
del hola sin promesa y del adiós sin lágrimas,
del alba que no canta
y del ocaso que no termina de caer.
Es el territorio quebrado
entre la pérdida y el encuentro,
un filo de mundo donde todo es casi,
pero nunca suficiente.
Y en medio,
la burbuja de la nada absoluta,
donde respiro sin saber si sigo viva,
donde el tiempo no me nombra,
y el corazón late por inercia,
no por deseo.
Aquí estoy,
en la frontera sin mapa
de lo que fue y lo que no será.
Y no sé si floto o me hundo.
No sé si espero,
o si ya he dejado de hacerlo.
Solo sé que esta ingravidez pesa,
que esta nada abruma,
y que a veces —solo a veces—
quisiera que alguien dijera mi nombre
antes de que se diluya del todo.
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