jueves

CAPITULO IV



Siendo los emisarios los más experimentados guerreros y de palabras más ligeras que había en la tribu. Así, llegó la salida del sol y comenzó un ir y venir frenético, tanto por parte de los hombres, cómo de las mujeres y niños. Éstas últimas levantaban las pieles que formaban los teppees y las enrollaban firmemente para luego colocarlas cuidadosamente en las, ya formadas, parihuelas. En estas irían colocados todos los bienes de la tribu e irían tiradas por caballos viejos que ya no servían para los guerreros pero que aún realizaban un valiosísimo trabajo en el arrastre de las mencionadas parihuelas. Entre tanto, los hombres, preparaban sus armas y sus caballos. Siendo éste un acontecimiento muy importante para muchos jóvenes que iban a entrar en batalla. La mayoría de ellos, en otras circunstancias, no habrían peleado dada su corta edad ya que algunos de ellos aún no habían pasado por los ritos de iniciación a la edad adulta. Así, se juntaban guerreros de lo más curioso; desde niños de apenas trece años, hasta hombres que ya habían sobrepasado los cincuenta y cinco. En ese momento salió Guerrero de Fuego de su tienda que fue la última en ser desmontada. Lucía el penacho de plumas que le habían tejido las mujeres. Llevaba bien distribuidas todas sus armas para que no le impidieran la movilidad ni en el combate ni en la cabalgada a caballo. Un escudo con su emblema, que era un águila roja, y con el tomahawk colgado a la cadera. Su figura era imponente, parecía una figura salida de las leyendas que narraban los ancianos a la luz de la lumbre en las frías noches de invierno. Parecía un dios vengador. Lentamente la caravana comenzó a moverse cómo una serpiente perezosa, pero según se iban sumando personas a la fila se fue aumentando el paso, los Ancianos sabían que ese ritmo no duraría más que unas pocas horas pues en la larga caravana iban niños muy pequeños, que por el momento cargaban sus madres, pero que pronto habrían de dejar en el suelo pues la carga que portaban sobre sus espaldas así se lo pediría, luego estaban los ancianos que ya no podían andar y que se sentaban sobre las recargadas angarillas lo que frenaba el paso de los viejos caballos. A todo eso se sumaba la escasez de alimentos que habían ingerido los últimos meses y lo magras que estaban la mitad de las gentes y daba como resultado que el viaje podía ser interminable y que por el camino, muchas de aquellas personas dejarían su vida sin haber recibido la debida ceremonia y sin poder partir con los antepasados por carecer de suelo sagrado donde depositar sus restos.

El viaje comenzó durante una gran tormenta de nieve, los caballos cargados tenían dificultad de avanzar sobre el tupido y frío manto del suelo. Las mujeres, que también portaban enormes fardos apenas lograban dar dos pasos seguidos sin tener que ser ayudadas a ponerse en pié por las compañeras; los ancianos y los niños muy pequeños, viajaban sentados sobre las angarillas de los caballos, pero todo aquel que podía andar y portar algún bulto, marchaba andando.
Fueron días muy duros y murieron diez de las mujeres, tres de ellas en avanzado estado de gravidez, algunos ancianos se paraban voluntariamente a la vera del camino para dejar de ser una carga para los suyos y esperar la muerte plácidamente entre los vapores del frío. Los niños iban bien arropados con pieles y para ellos era toda una aventura y trotaban de arriba para abajo, hasta que este juego se volvió aburrido y el hambre comenzó a hacer mella en sus estómagos.
Al tercer día ya no gustaban de correr y empezaron a languidecer cómo el resto de la caravana. Parecían un reguero de muerte o de almas en penitencia por obra de algún horrible pecado. Casi no les quedaba nada para comer y los mejores bocados eran para los guerreros pues ellos deberían enfrentarse al enemigo y lograr por fin una tierra donde permanecer y consagrar para sus hijos.

Después de varios días seguidos en las mismas circunstancias, llegaron a una gran planicie y allí los guerreros dieron el alto y se dispusieron a buscar algo de caza para evitar la inanición de toda la tribu. Las mujeres rápidamente dispusieron las fogatas para entrar en calor y colocaron los utensilios de cocina con agua para que fueran calentándose y llenarlos después con el fruto de la caza de los hombres. No tenían grandes esperanzas de que esta cacería fuera muy fructífera pues se hallaba muy adentrada la estación invernal y casi todos los animales habían partido hacia tierras más cálidas. Pero les quedaba la esperanza de que pudieran dar caza a pequeñas piezas que se movían entre las nieves de la estación. Tardaron varias horas en aparecer los primeros guerreros, sentíase humillados por la magra caza que arrastraban colgada de los caballos, pero todo el poblado elevó plegarias de agradecimiento a los Ancianos por poder, al fin, tener un bocado que llevar a sus cuerpos maltrechos.
Quedaron acampados varios días en aquel lugar para tratar de restablecer la salud de los enfermos y recuperar las fuerzas los débiles. Algunas mujeres lograron parir a sus hijos y los envolvían entre pieles debidamente machacadas para hacerlas flexibles. Luego los arrullaban entre sus brazos tapados dentro de sus propias ropas. Sabían que la mayoría no llegarían a su destino pero todas trataban de que el suyo fuera un superviviente. Mientras pasaban los días los guerreros lograron abatir algún que otro ciervo que salía para rumiar la poca hierba que crecía bajo la capa de nieve. Así entre el calor de las hogueras, el dulce olor de la comida y el deseado descanso, empezó a bullir la vida en la Tribu.
Pero todo tiene un principio y un final. Y un día Guerrero de Fuego dio la orden de recoger y partir, pues quería llegar a la pradera de los Bisontes Blancos antes de terminar el año.
Pasadas dos Lunas desde que iniciaron la partida, llegaron por fin a la gran planicie llamada de los Bisontes Blancos, donde según la leyenda, habitó un día una manada de bisontes enviados por el Gran Espíritu, para alimentar a su Pueblo.
Allí se encontraban acampadas varias tribus que les precedieron en el camino por hallarse más cerca del lugar.
En pocos días fueron llegando filas interminables de gentes derrotadas y envueltas en gruesas pieles. Guerrero de Fuego miraba incansable el desfile interminable de personas y trataba de pensar en qué forma iban a alimentar tantas bocas hambrientas.
Reunió a todos los jefes que ya se encontraban en la planicie y les hizo participes de sus preocupaciones. Entre todos decidieron que la mitad de los hombre saldrían a cazar cuanto animal encontraran en las heladas estepas, el resto ayudarían a montar el enorme campamento y colaborarían con las mujeres y los ancianos en la recolección de los frutos secos que pudieran encontrar en el frio suelo.

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