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Y perdura la rosa, allá
en su ánfora de cristal,
cautiva,
sin poder
esparcir ni una lágrima.
Aislada y sola
aguardando
una lenta expiración.

Principia una nueva
contienda,
los adversarios
son otros,
ajenos a ti y a mí.
Aparento ser parte,
más no soy yo,
estoy distante
extraviada en nuestra
lóbrega querella
de mudez
y ausente piel.
Esa sibilina
que me ahuyenta
el ensueño
dejando sombrías
alucinaciones
de soledad
y desamor.