jueves

LEYENDA DE GUERRERO DE FUEGO I



Allá, en la llanura, se va escondiendo la Luna y, poco a poco, el Sol se despereza y con sus rayos va iluminando las montañas. Una sombra alargada se va formando entre los árboles de la llanura; una ligera brisa agita su largo cabello; la figura, alta y delgada, va montada en su caballo, desde el que contempla el amanecer. Lleva días cabalgando sin descanso, rastreando el indicio de una manada de búfalos, porque su pueblo está hambriento porque hace ya algunas lunas que los búfalos no pastan en las inmediaciones del poblado. El último invierno fue muy cruento para su tribu debido al hambre y al rigor del frío del hielo y las nieves. Cada vez la caza escasea más; desde que fueron obligados por el hombre blanco a abandonar sus tierras al abrigo de la Montaña Sagrada; teniéndose que desplazar más hacia el norte, donde los búfalos no llegan. Aunque muchos jóvenes se negaron a abandonar sus tierras y decidieron hacer frente a los “cuchillos largos”; entre ellos, su hermano Pluma Plateada, un orgulloso guerrero, hijo del gran jefe Nube Gris. A él le hubiera gustado estar con su hermano y con los otros guerreros que se levantaron contra la opresión del hombre blanco, pero desde la muerte de su padre, cuando le juró en su lecho de muerte que llevaría a su pueblo a un nuevo hogar para crear una nueva Nación India en una Tierra Sagrada, tuvo que hacerse cargo de la tribu nombrándole jefe, con el nombre de Alce Veloz. Desde entonces su pueblo sigue errando por las montañas. Durante la larga marcha fueron viendo cómo los más viejos y las mujeres más débiles caían por el hambre, el dolor y la angustia de haber perdido su tierra y sus lugares santos.

Hace varias lunas que no tiene ninguna noticia de su hermano Pluma Blanca ni de los cincuenta guerreros que le acompañan. No sabe si están vivos o muertos. Alza los ojos hacia el Sol lanzando una plegaria:
“¡Oh! ¡Gran Espíritu! Tú, que todo lo puedes y todo lo ves, dame firmeza, coraje y sabiduría para guiar a mi pueblo a esta última Tierra que nos depare el destino. Haz de mí tus ojos para que pueda hallar el búfalo y llevar carne y pieles a mi pueblo para sobrevivir lo que queda de invierno y los inviernos venideros.
Terminada la plegaria, espolea a su caballo siguiendo adelante; dirigiéndose a la colina. Cuando logra alcanzar la cumbre, se para a contemplar el panorama que se presenta a sus ojos. Ve cómo desde el “caballo de hierro” los hombres blancos disparan a diestro y siniestro contra una gran manada de búfalos que allí pastaban. A cada disparo que oía y cada búfalo que veía caer era cómo si a él mismo le dispararan. Y poco a poco la rabia y la pena le fueron invadiendo. Cuando terminó de pasar el “caballo de hierro” con su rastro de muerte vió tirados en la explanada a decenas de búfalos muertos, mientras los buitres comenzaban su ritual circular en espera de que aquel intruso se alejara para iniciar el festín que les aguardaba. Con un grito de rabia se precipitó colina abajo parando en seco su caballo cuando llegó al montón de cadáveres, tirándose del mismo y cayendo de rodillas en la tierra; maldijo al hombre blanco y juró que no descansaría hasta que no pagaran el agravio que habían hecho al búfalo sagrado y a su propia tribu. Montó de un salto en su caballo y agarrándose a sus crines partió veloz al encuentro de los suyos.


Después de varios días cabalgando sin descanso, encontró a su pueblo acampado en un claro de la montaña. Todos salieron a recibirlo con júbilo, pero al ver su cara pétrea y serena enmudecieron y, cómo poniéndose de acuerdo, le abrieron un pasillo que le condujo hasta el teppee de los ancianos. Levantando la piel que hacía de puerta impidiendo al inclemente tiempo penetrar dentro, se enfrentó ante las miradas inquisitivas del consejo de ancianos. En el centro del teppee se hallaba encendido un cálido fuego que le recordó que llevaba sin comer y sin permanecer en un refugio varias lunas, lo que le produjo un escalofrío por toda la espalda, una anciana que servía al consejo, lo notó y prontamente le echó una piel sobre los hombros y empujándole sin ningún miramiento le acercó hasta el fuego y puso en sus manos un tazón de humeante caldo. Miró a su alrededor y en un principio poco fue lo que pudo ver dada la penumbra que reinaba en la tienda. Pero según sus ojos se fueron acostumbrando a la escasez de luz, pudo ver que alrededor del fuego se sentaban una decena de ancianos que le miraban fijamente con la ansiedad pintada en los arrugados rostros. Mirándoles de frente, uno a uno, pudo ir leyendo la historia de la gran nación LAKOTAS. Ellos le miraban a su vez esperando que el caldo y la piel hicieran el efecto de caldear su entumecido cuerpo, sus miradas eran, no obstante, expectantes. Al fin uno de ellos, no pudo aguantar más la larga espera y le interpeló directamente:
_ ¿Que noticias traes, Jefe Alce Veloz?
_¡Hermanos!_ Les dijo, y después continuó_ He visto cómo el hombre blanco exterminaba al búfalo disparando sin piedad, con los ojos inyectados en sangre, cómo si disfrutara de la gran matanza que realizaba.
El más anciano de todos le contestó:
_ Graves palabras estás diciendo Alce Veloz, pero, ¿Qué podemos hacer? Mira tu pueblo, hambriento y desarrapada, casi sin fuerzas para seguir su camino.
_Yo propongo coger a todo hombre, mujer y niño que estén sanos y puedan montar a caballo y empuñar un arco y declarar la guerra a los cuchillos largos. Que los tambores suenen toda la noche llevando la noticia de pueblo en pueblo para que todos nuestros hermanos se unan a la lucha.
No todos estaban de acuerdo con estas palabras, uno de ellos, el gran brujo “Oso Oscuro”, cómo impulsado por un resorte, se levantó y enfrentándose al gran jefe le dijo:
_Yo sé que tu valor es grande y tu corazón es noble, pero no podemos llevar a nuestro pueblo a una batalla que significaría el exterminio de nuestra raza.
El jefe se levantó y dijo:
_Prefiero morir con honor peleando, que no estar aquí cómo viejas asustadas alrededor del fuego y esperando a morir de hambre por la inmoralidad del rostro pálido.
Esas palabras hicieron reaccionar a los ancianos y tomando la palabra “Furor al Viento” dijo:
_Hemos escuchado tus palabras. El Gran Consejo tiene que hablar y decidirá sobre lo que has dicho. Te comunicaremos nuestra decisión cuando la nueva Luna bañe el campamento.
Y diciendo esto, le invitaron amablemente a salir de teppee. Levantando nuevamente la piel que servía de puerta salió al exterior. Se encontró con dos filas de guerreros que le esperaban con sus armas ya preparadas. Portaban sus arcos y flechas, sus lanzas y escudos de piel así cómo sus inseparables “tomahawks”. Al verle salir, sus guerreros, hicieron sonar sus lanzas contra los escudos hasta que un ruido ensordecedor cubrió todo el valle. De pronto un guerrero rompió la fila y se acercó hasta él portando en sus manos un largo penacho de plumas de águila.


El guerrero le dijo:
_”Gran Jefe Alce Veloz” los guerreros estamos contigo, te seguiremos hasta reunirnos con nuestros antepasados. Toma este penacho que las mujeres hicieron para ti, para que te adornaras en las batallas. Alce Veloz puso su mano sobre el hombro del guerrero y le contestó: _ ¡Gracias! “Lobo Gris”, has cuidado bien de la tribu durante mi ausencia, pero todavía has de realizar una última misión para mí. Yo, parto para la montaña, hasta que la Luna Nueva bañe el poblado, que será cuando los Ancianos decidan. Ten preparados a los guerreros, a las mujeres y a los niños, para que a una orden mía, levanten el campamento y partir tras la montaña purpura para que los más débiles y los niños que aún no pueden luchar, levanten allí un campamento más seguro que este. Tener las armas a punto mientras yo voy a hablar con el Gran Espíritu.
Diciendo esto, montó en su caballo alejándose hacia la montaña.

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