A la vera del sendero,
un enorme pinus se erguía.
Atesoraba entre su
frondosa enramada
la morada de un gorrión,
que entre sus acículas
se laceraba sus plumas y
el corazón hondamente
porque el amor no llegaba
a su morada precisa.
Solo en el bosque lloraba
de tristeza y soledad.
Más pasó por su vereda
un furtivo cazador
que acechaba a unos corzos
ocultos en la espesura
y al escuchar el trinar
del avecilla cantora
se quedó tan conmovido
que se olvidó de su presa
y consoló al afligido.