Aprendí a quererme
entre balas de desprecio
y batallas de soledad,
en la trinchera del alma
herida,
donde el silencio era mi
certeza.
Con cada golpe,
un muro de defensa interior,
donde la fragilidad
se transmutaba
en un grito de pundonor.
Aprendí a quererme en la
tormenta,
a valorar cada gota de rocío,
a encontrar la paz en la tempestad,
y el sol radiante tras las
nubes.
Ya no soy víctima de la
desdicha,
ni esclava de la ajena
opinión,
soy dueña de mi propia dicha,
reina de mi propia creación.
Aprendí a quererme,
y en ese amor he encontrado,
la fuerza para seguir,
la luz que alumbra mis
andalias.
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