La vida te lleva,
te zarandea sin pedir permiso,
te gira, te mueve
como bandera al viento.
La vida te quita,
pero luego te da,
aunque nunca avisa
ni explica el trueque.
Nunca sabes
qué será, será,
solo aprendes a sostenerte
mientras pasa.
Si te quita un amante,
te devuelve la amistad
como un refugio discreto
donde olvidar el miedo.
Si te quita a un padre,
te entrega la soledad,
esa herencia muda
que nadie enseña a sostener.
Si te quita un hogar,
te abre caminos nuevos,
senderos sin mapa
para volver a empezar.
La vida no compensa,
equilibra a su manera,
desordena el alma
y luego la acomoda mal.
Y sigues,
con las manos llenas de ausencias,
con el paso lento
y el corazón suspendido.
Caminas
no por fe,
sino por costumbre,
dejando atrás lo que fuiste
como quien deja una luz encendida
para volver.
Las lágrimas se secan,
sí,
pero su sal
permanece en la piel
recordándote
que una vez
amaste la vida hasta sufrir.

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